martes, 14 de agosto de 2007

La Hoguera



La pasión de los amantes merece la muerte.
El pueblo estaba conmocionado, indignado.
Un simple pastor, un cuidador de ovejas, había logrado conquistar el corazón de la mujer más bella de todo el territorio.
Más bella y rica de todo el territorio; convengamos que lo uno sin lo otro no hubiese sido tan repugnante.

Un hecho incalificable.
Si él fuese rico y ella bella o sí al menos la mujer no gozara de todas las condiciones y fuese rica, pero fea, o bella pero pobre, o vieja, o enferma, o algo.
Pero, no. Un hecho incalificable.

Las calles hablaron:
el desagradable sujeto vivía en un refugio pequeño cerca del monte;
ella era la joven viuda que habitaba la casa referencial del pueblo,
la más imponente edificación victoriana en kilómetros y kilómetros a la redonda.


-Ella debe haber quedado mal desde que su pobre esposo la dejó, hace más de diez años- dijo una respetable dama mientras compraba en el mercado unas uvas grandes como ciruelas.

- Para mí debe haber algo más. Él, un pobre pastor, y ella ... debe haber algo más, miré que cuidar ovejas, animal más tonto que las ovejas yo no he conocido.- replicó con voz grave una señora mayor, que le señalaba las uvas al vendedor.
Las calles hablaron, las tertulias se repetían en tema aunque variaban de lugar. Las calles, las esquinas, las reuniones casuales, las sobremesas. La sociedad hablaba por sus representantes más orgullosos.

Ella es una mujerzuela. Seguro que sólo le importa, eso. Quizás él la amenaza, quizás sabe alguna cosa y ella, tan inocente, no puede más que someterse a sus perversidades. Hay que verlos por el bosque, dicen que ella le lee libros truculentos, poesías asquerosas. Claro, él no sabe leer. Ja, ja, ja, ja ... No es gracioso, nuestro pueblo no puede caer tan bajo; imaginen a los niños presenciar ese espectáculo. Por Dios! Un pastor y una mujer perdida caminando por las calles. Y quien sabe hasta dónde puedan llegar, quizás un día los tengamos en la función de gala del teatro. Es verdad, ella solía ir a la opera; miren si un día aparece con él. Repugnante, el diablo ha entrado al pueblo como suele hacerlo, de la mano de la belleza y la tentación.

Qué relación más corrupta, hay que verlos coqueteando de la mano sin hablarse, caminando el sendero que va hacia el lago.
Para mí que allí se bañan desnudos y hacen ... cosas; me entienden.
Por supuesto; parecen felices en su pecado, nos dejan afuera de todo, como si nosotros, el pueblo, no existiera.

Un cuerpo maravilloso, piel de seda, cintura frágil, manos suaves, ojos de encendida mirada, cabello de las más delicadas crines azabache y una sonrisa por la que suspiraría cualquier mortal.
Él: un cuidador de ovejas. Joven, bien parado, pero un pastor al fin.
Ni familia tiene.

Y el olor que debe tener él.
Nada parecido a ese perfume de jazmines que ella dejaba en el ambiente cuando acudía con su esposo a las fiestas patronales.

Dicen que él le habla al oído cuando los atardeceres llegan al bosque.
Pobre diabla, quién sabe lo que el ignorante la cuenta.
Historias de ovejas, quizás.

Seguro son historias dignas de Satán.
Dicen que ella sonríe como poseída por algo.
Quizás sean eróticas narraciones llenas de perversión para encender y prolongar tan infernal relación.

Una prostituta y un degenerado.
Una mujer perdida y un mal hombre que no hacen más que ensuciar la historia dignísima de este humilde pueblo.
¿Acaso vamos a dejar que ante nuestros ojos se muestren como si nuestro juicio y moral no les interesara; como si nuestro honor fuese un trapo que se puede torcer y retorcer?
¿Vamos a permitir que nuestras piadosas y purísimas esposas se enfrenten a la vejación de saber que nuestra sociedad, basada en los pilares del trabajo, la fe, la familia, la cooperación y la dignidad, se salpique con el azufre barroso más indignante?

Estos libertinos desfachatados, pobres animales descarriados que no han aprendido a razonar sobre sus impulsos.
Es inevitable reconocer al Nefasto detrás de tan oscuro amor. Que digo amor, detrás de tan oscura tentación.
Creen que puedo dormir junto a mi amada esposa mientras sé que quizás, cerca de la oscuridad del lago sólo iluminado por la luna, la más hermosa mujer del pueblo, caída en desgracia, ofrece su sonrisa y su cuerpo a un fauno ignorante y perverso.

Seguro. Debemos hacer algo como sociedad.
Debemos limpiar la ofensa. Sobre todo por los niños, ¡qué van a creer que es la vida!

El sábado, cerca de la medianoche, la hoguera iluminó el rostro de los pobladores.
Miraban relajados y satisfechos como las llamas se consumían ente sus ojos.
Para el amanecer del Domingo no quedaba rastro de la perversa pareja.
Los gritos y gemidos de aquella noche se hicieron cantó de pájaros cuando el sol comenzó a despuntar.
La plaza estaba limpia, solo restaba quitar algunos pedazos de antorchas y algunos restos mínimos de troncos desechos.
Lejos del pueblo, cerca del bosque, un montículo de tierra removida hasta donde sólo llegaron los enterradores.

Todo volvía a la paz que los habitantes nos merecemos.











José M. Pascual